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EN LIBERTAD EL 31 DE OCTUBRE 2013

ALBERTO PATISHTAN: RESILIENCIA Y DIGNIDAD ANTE LA VIOLENCIA DE ESTADO



Raquel Ramírez Villegas. Enfermera, Maestra en Medicina Social.
Emmanuel Santos Narváez, Médico Psiquiatra.

 “Es el dolor y la indignación lo que, al entrar en contacto con la miseria y la humillación del otro, hace nacer la virtud de la fraternidad, provoca su rebelión, y entonces se es en una pasión y en una acción compartida”
Teresa Martínez Terán


Evaluar psiquiátricamente a Alberto Patishtan ¿Para qué? Esa fue la pregunta que nos asaltó cuando el Colectivo Ik’, hace casi un año, nos lo propuso. Preocupados por su salud, debido a que su estado físico se deterioraba rápidamente por las condiciones precarias de la prisión de máxima seguridad en que se encontraba, se consideró que  emocionalmente había factores que contribuirían a este deterioro. Iniciamos el proceso de solicitudes para poder visitarlo y siguieron meses de dilaciones, peticiones absurdas de documentos para autorizar una visita minima y sin poder ingresar materiales de evaluación. Lo que acordamos fue una entrevista breve, tal vez 15 minutos, y esperar obtener alguna información útil. 
Alberto y su hija Gabriela. Foto: Colectivo Ik'
Y ahora, 11 meses después estábamos aquí, en Tuxtla Gutiérrez con la posibilidad de entrevistarlo. El objetivo era claro: documentar secuelas psicológicas de 12 años de prisión, en 4 diferentes penales, uno de ellos, como ya mencionamos, de máxima seguridad. A partir de que la visita tomaba visos de realidad, nos formamos una imagen  contradictoria, pues el estereotipo del luchador social, que al ser sometido a diversas presiones dentro del sistema carcelario, es que se muestra severo, rígido, como forma de evitar mostrar evidencias de estar quebrado emocionalmente; sin embargo, el caso de Alberto no coincidía con los reportes que hablaban de un hombre con una serenidad, confianza y sentido del humor a toda prueba (esa “peculiar alegría, inesperada” de la que hablaba Hermann Bellinghausen), así que nos preparamos intentando limitar nuestras premoniciones al respecto de lo que encontraríamos.

El día de la visita la tensión aumentaba ¿Estaba lista la grabadora? ¿Los formatos de registro de información? ¿Las escalas de evaluación clínica?... todo listo. Ahora a esperar a que la familia que visitaba a Alberto en el Hospital de Especialidades Vida Mejor baje y nos autoricen el paso.

Cuando por fin nos informan que se puede pasar, un custodio, casi cordial, nos pide identificaciones y lugares de procedencia y nos dirige al segundo piso del hospital. Un nuevo registro y al final de un pasillo vacío, con cuartos solitarios a los lados,  nos recibe de pie un hombre moreno, bigote inconfundible, acompañado de dos custodios vestidos de civil. ¡Alberto! Saluda Cecilia Santiago y nos presenta, Alberto al saber quienes somos y lo que hacemos ahí, nos dice riendo y en tono de maestro “pasen a la dirección” y nos dirige a su cuarto.

Entonces empieza la entrevista, su narración hilada, con pocas interrupciones para precisar una coordenada temporal, un matiz. Conforme avanza el tiempo, la historia de 12 años de prisión y resistencia va emergiendo de su memoria. Un patrón se nos hace evidente: llega a los penales, lo amenazan (“te vamos a sacar a patadazos”), y sin embargo el organiza (“formar grupos para luchar por nuestras libertades”) y luchan por cambios en la situación de los presos (plantones, ayunos, huelgas de hambre),  lo cambian de lugar de reclusión… ¿por qué Alberto? “porque si, sabía de algunas advertencias y si lo hice”. Al mismo tiempo buscamos síntomas ¿Qué sentías en ese momento? y una emoción es recurrente “rabia, se siente uno intimidado, humillado”, sin embargo en nuestra búsqueda de síntomas, el resultado se acercaba para nosotros a un preocupante: nada.

Los esquemas de evaluación medica y psicológica parecía que no nos iban a servir de mucho, y desde la narración y en la interacción con Alberto podíamos notar el por qué, pues eran evidentes los mecanismos de defensa de su personalidad que se ponían en juego en el momento en que se enfrentaba a una situación complicada: el humor, su identidad como indígena tzotzil, el considerar el bienestar de los demás, la conciencia de que la lucha es justa, sus convicciones religiosas y la claridad de que luchar por su situación, solo puede hacerse construyendo comunidad con los otros. Como tener esa tranquilidad sin explicar que sus acciones han logrado la salida de cientos de presos indígenas, menos él.

“Cuéntales de Guasave” interviene Cecilia y nos adentramos en un punto crucial de la narración. Nos explica que las acciones más humillantes e inaceptables a las que se vio sometido fueron procedimientos que, en las cárceles de máxima seguridad, se consideran “rutinarias”: “después de 20 días en huelga de hambre me trasladaron en octubre de 2011 a Guasave, cuando me recibieron fue con gritos, pero fuertes, decían que iba a decir sí y no cuando  me dijeran, si señor y no señor… te obligan a contestar… y me quitaron el cabello, a raparme, mis bigotitos igual, me quitan mi camisa de civil que llevaba yo y me ponen otro, me quitan mi chancla y me ponen zapato… todo cambió ahí”. ¿Qué puede significar esto para una persona que se asume indígena? “nunca me había quitado el bigote, solo una vez y hasta con vergüenza estaba  yo caminando así. Fue en mi afiliación cuando me inicié en el magisterio, desde esa vez nunca más. Para mi era muy significante”. Y señala el aspecto central de estos tratos:  “nos provocaban para sentirnos humillados, en la mañana te obligaban a bañar a las 5 de la mañana, te pasaban el rastrillo a pesar de que ya no tenías bigote, te obligaban a que ni un bigote podías tener, nada”. Respecto a las “revisiones” comenta: “cuando venía tu vista  te obligaban  a hacer sentadillas, te tenías que desnudar y en el momento en que haces la sentadilla te hacen toser”. Y lo que sentía en ese momento: “Fue para mi una gran violación, porque te hacen hacer con prepotencia, sin respeto, había mujeres y hombres ahí, es para mi algo muy indigno, una falta de respeto, sentía la injusticia, el coraje ¿a cuanta gente no nos hacen esto?”. El control llega al extremo de limitar las muestras de fraternidad “no teníamos derecho a regalar ni un poco de alimento, de ofrecerle a otro compañero interno, no te permitían, si tu ya no terminas tu alimento pues a la basura”, el consiguiente aislamiento “nos sacaban al sol dos horas a la semana, todo el tiempo encerrado… estuve 15 o 20 días solitario en una celda” e incluso la interrupción de los ciclos de sueño “hasta que me acoplé con ellos”.

Transcurren los minutos del relato con la exposición detallada de todos los aspectos de abuso físico y de poder, tan característicos de las cárceles mexicanas.

Sin embargo, Alberto termina con la misma fortaleza y humor que al principio, entonces le informamos que viene la segunda parte, la de las evaluaciones, él escucha atento como un estudiante aplicado antes del examen, las instrucciones precisas y apenas después de la primera pregunta, cuya respuesta duda, suelta una risa sonora que resuena en el pabellón vacio del hospital, buscando a Cecilia para que le “sople” las respuestas. Continua la parte de evaluación numérica y ríe “¡ahora si voy a reprobar la matemática!” aunque después de un leve esfuerzo y otra carcajada, contesta correctamente. La valoración termina, él pregunta que si se ganó algún premio por pasar el examen, contestamos afirmativamente y le damos 3 libros. Ya no puede leer pero dice alegre “que me lean mis muchachos”, refiriéndose a los custodios que sonríen ante el comentario.

Nosotros cruzamos miradas sorprendidos, admirados y confundidos, es un hombre indígena, preso y enfermo, víctima de la injusticia y los malos manejos del poder del Estado con un pasado de 12 años de encierro inexplicable; eso es lo que dice su expediente. Lo que nosotros vemos y reflexionamos hasta hoy, es la visión del hombre fuerte, de convicciones, de fe inquebrantable, cuya lucha ha superado, ya por mucho, las paredes de cualquier celda, incluso las de máxima seguridad y el intento de quebrar su identidad y la fortaleza que esta le proporciona.

Efectivamente los poderosos temen a la dignidad, y la dignidad de Alberto Patishtan lo hace peligroso para el Estado mexicano.

Octubre 2012.

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