Foto: Luis Jorge Gallegos |
Desinformemonos. Noviembre 2013
Conversación con Ramón Vera, Mardonio Carballo, Hermann Bellinghausen, Gloria Muñoz y Adazahira Chávez
México, Distrito Federal.
El profesor Alberto Patishtán vive a carcajadas. Contesta con un firme y
corto “No, nunca”, a la pregunta de si alguna vez la cárcel lo doblegó.
Y llama a emprender acciones, “aunque parezcan chicas, pero bien
hechas, que esas son las que luego triunfan”, para “luchar contra las
injusticias” que pueblan las cárceles de México. “Me preguntaron si
ahora ya se acaba todo. Yo digo que mientras el problema no se acabe,
menos nosotros”.
Patishtán sabe que, después de años de
manifestaciones, recursos jurídicos, negativas y jornadas
internacionales de solidaridad, su libertad no es sólo suya. “Creo que
todos sentimos que nos liberamos”, valora. Los primeros aliviados fueron
sus hijos, y los segundos fueron los habitantes de El Bosque, donde
nació. Relata que cada que hablaba con ellos, sentía que algo les
pasaba, pero el día en que recibió el indulto, el 31 de octubre, sintió
en sus palabras la risa y la alegría.
Patishtán, su hija Gabriela, su hijo
Héctor y su nieta Génesis no se han separado ni un minuto desde el día
de su liberación (31 de octubre). Ya fueron a pasear a Coyoacán y a
Xochimilco. No hay cansancio. Sólo ganas de estar juntos y de disfrutar
la libertad. Y juntos llegan a las oficinas de Desinformémonos,
donde se realiza esta entrevista colectiva en compañía de los abogados
que consiguieron que su proceso trascendiera las fronteras: Leonel y
Sandino Rivero. El tema es la justicia hacia los indígenas. Los presos
que se quedan.
“También mis compañeros presos están
contentos y motivados en querer luchar, porque vieron que lo imposible
se hace posible”, agrega.. Alejandro Sántiz, el único integrante de Los
Solidarios de La Voz del Amate que permanece en prisión, le llamó para
contarle que en la cárcel todos gritaron de contentos. Y para no
convertirse en un símbolo del que se espera mucho y cae en la demagogia,
Patishtán considera que le toca a todos, “presos y sociedad civil,
hacer conciencia”.
Foto: Luis Jorge Gallegos |
No están todos
El profesor tzotzil, acusado de
participar en el homicidio de siete policías en el Paraje Las Limas en
junio del año 2000, pasó por diferentes cárceles, tanto de Chiapas como
en Sinaloa. En prácticamente todas levantó organizaciones de presos e
impulsó plantones, huelgas de hambre y marchas internas para exigir la
revisión de los casos de los que se llamaron “injustamente presos”.
Muchos de los participantes salieron, y él siempre se quedó atrás. Ahora
le correspondió ese lugar a Alejandro Sántiz, preso en el Centro de
Readaptación Social (Cereso 5) de San Cristóbal de las Casas.
Alberto Patishtán ejerció como
traductor, médico y acompañante de presos todo el tiempo que pasó en la
cárcel. En el penal de San Cristóbal de las Casas, el último en el que
estuvo, “los internos se clasifican. Los de dinero tienen abogados, y
los que no, también, pero de oficio”, y el apoyo no es tan gratuito,
relata el profesor, pues uno solo atiende a cerca de 500 presos “y le da
prioridad al que le suelta algo de dinero”.
El problema principal para los presos
indígenas, considera Patishtán –quien purgó 13 años de una condena de
60, acusado por su opositor político, Manuel Gómez Ruiz-, es que no
pueden expresarse en español. “Es uno de los elementos fundamentales
para que se queden presos 20 o 30 años”, pues los directores de los
penales, detalla, no les dan audiencia porque no les entienden, no
cuentan con traductores durante su proceso e, incluso, con los médicos
de la cárcel no se pueden comunicar y les dan medicinas que no
corresponden con su enfermedad.
“Ahí está el compañero Alejandro Sántiz,
que quedó preso y está peleando su libertad”, recuerda. Sántiz lleva 15
años en la cárcel y fue acusado por su primo –quien sí habla español-
del homicidio de su propio hijo. Fue detenido en Veracruz y, aunque sí
le pusieron traductor, “allá hablan náhuatl y él es tzotzilero. Desde
ahí empieza todo”, especifica Patishtán.
El profesor tzotzil insiste en que
muchos de los presos que conoció son inocentes. Recuerda el caso de un
delincuente confeso, que señaló que sus cómplices están libres y que a
quienes acusaron junto con él no tuvieron nada que ver. Pero no sirvió
para liberarlos, pues los sentenciaron a 30 años.
“Me preguntan qué hay que hacer por
aquellos que están en la cárcel. Yo siempre digo que hay que ocuparnos,
aparte de preocuparnos”, sentencia el profesor tzotzil, y señala que
“todos cabemos; ahorita estamos libres, pero mañana puede ser diferente y
nos necesitamos unos a otros, tarde o temprano”.
En la experiencia de su encarcelamiento,
Patishtán recalca que no importa que al visitar a un preso no se le
lleve comida o regalos. “Lo que importa es que platiques conmigo, que
lleves un poco lo que yo cargo”, indica, y agrega que a él a veces le
pasó lo contrario: la gente le dijo que llegaba a visitarlo para
cargarse de ánimo. “Eso es otra cosa, pero la presencia de alguien, de
un amigo, es muy importante, te descarga. Tenemos la tarea de hacer algo
por ellos”.
El racismo, la educación recibida en la
familia y el miedo son dos factores por los cuales la gente no se ocupa
de los presos indígenas ni apoya su organización, pero deben preocuparse
pues habrá un momento en que también necesiten apoyo, considera el
profesor, quien concitó una solidaridad que no se veía desde la
represión contra el pueblo de San Salvador Atenco. Los solidarios con
los presos no se deben preocupar porque sus acciones sean de gran
envergadura. “No se sientan si dicen, hago muy poco y no sé si sirve.
Verán que a veces, lo pequeño pero bien hecho es lo que funciona, y
poquito a poco se agregan y logramos más”.
Foto: Luis Jorge Gallegos |
Patishtán, quien recibió las negativas
de reconocer su inocencia en todas las instancias del aparato judicial
de México, antes de recibir el indulto, también apela a la acción de los
presos, “que siempre luchan por su libertad, aunque no con
organización”. Patishtán señala que todos quieren salir, sean inocentes o
no –“y es su derecho”-, pero, en su experiencia, “si el necesitado no
da el grito de auxilio y dice, aquí estoy, mírenme, por más que las
personas quieran llegar de afuera no se va a visibilizar”.
En el camino de las alianzas, Patishtán y
los integrantes de Solidarios de la Voz del Amate se adhirieron a la
Sexta Declaración de la Selva Lacandona. “Fue una invitación, no nos
obligaron. En esta causa entra todo el que quiera”. Y el apoyo, resalta
el profesor, siempre se recibe bien, “y de por sí es lo que ya estábamos
haciendo”. No sabe qué sigue en su actividad política, pues, dice,
primero quiere librar la batalla de su salud, “y luego ya dios nos
guiará”.
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