Escrito por
Darwin Pereyra
Martes, 09 Abril 2013
¿Cómo le cuento
maestro? Qué hace unos días, mientras viajaba en un camión destartalado
rumbo al mar, un niño sacó la cabeza por la ventana mientras el aire
golpeaba sus mejillas frescas y el pelo acompasaba la alegría de su
rostro, y era como un paloma en mitad del aire. Y el pequeño sentía
alegre la libertad de ir con su familia a disfrutar de la playa. Y es
que la libertad se mide por el aleteo de un pájaro, quizá de quinientas
voces. La libertad de caminar por la hierba fresca entre la niebla
matinal, es correr por el campo abierto abrazando la nada.
¿Cómo le explico maestro? Sí hace tanto
ya desde su injusto encarcelamiento. Desde que le cambiaron los libros
de matemáticas y álgebra para dictar la clase, por las hojas de un
expediente criminal para esperar una sentencia. Desde que suciamente fue
presa de la injusticia de la justicia mexicana. Desde que la mano cruel
levantó impunemente su dedo acusador para enjaular su voz. Hace más de
una década y aún el libertario pájaro de su corazón sigue cantando, a
pesar de los intentos por acallarlo. Hace más de un década que lo
arrojaron a esa celda fría, de muros centinelas custodiados por los
perros oficiales. ¿Cómo decirle maestro? Qué hace mucha falta aquí
afuera, para educar a su gente, para que una niña tsotsil pueda algún
día leer el Principito, y que la tierra espera a ser labrada, y en su
casa algunas tortillas recién salidas del comal aguardan su regreso,
maestro.
Ahora que sus ojos están cansados de
caminar por las injurias y las mentiras escritas con la tinta
institucional, de amparo en amparo por los tribunales sin alma ni
conciencia. Ahora que encontró a otros Alberto Patishtán, presos
inocentes, por toda la república corrupta. Otros que como usted han
comenzado a elevar sus voces como las trompetas que derribaron el muro
de Jericó. Desde que comenzó a ayunar, para gritar las injusticias y el
trato sanguinario que minan la condición humana de los reos, de quienes
como usted, nos enseñan que la dignidad no debe ser pisoteada. Porque no
sólo de pan vive el hombre, su huelga, era una huelga de hambre de
justicia. Hambre que traspasa esas tristes paredes del Amate.
Por eso, el gobierno intentó callar esa
voz, esas voces que proclaman lo que otros callan, ese canto que provoca
la sarna de los políticos, y lo querían enviar hasta las remotas Islas
Marías, hasta allá, tan lejos, tan perdidos de todo el mundo para que el
mundo no conociera el pasado criminal de los ministerios públicos que
Constitución en mano se burlan de la patria nuestra, y ríen como hienas
enfebrecidas por el olor sucio del poder.
Los ricos son quienes compran la
justicia, a los corruptos de grandes hocicos, se les premia con un
puesto en el gobierno o una candidatura; a nosotros, los pobres, los
expulsados de todas partes por levantar la voz, nos esperan las
persecuciones por las calles, los puntapiés en el trasero, la tortura
desquebrajando el rostro de la miseria, la cárcel, la muerte
penitenciaria, el odio descerrajado por las balas tricolores.
Mi padre también es un profesor rural,
con usted maestro. Y por eso me solidarizo con su hija, Gabriela, a
quien le robaron también su niñez, su inocencia, a sus hijos que han
pasado tiempo en las cárceles, visitándole y compartiendo su
hacinamiento.
Quién le devuelve a Gaby las horas
haciendo fila para visitarlo por unas horas, esos días en que hay que
madrugar para llegar temprano para compartir el pan, el llanto y la
desesperación. Esa impotencia contenida en los apesadumbrados ojos de
sus hijos por la triste agonía de su ausencia. Quién le devuelve los
doce años de encarcelamiento. Cuándo el gordo magistrado por fin, en un
acto de humildad, le dirá con una mirada sin vergüenza es usted
inocente, puede irse a su casa, disculpe las molestias.
¿Quién le quitará las esposas, maestro?
Para que tome nuevamente la lucha de los compañeros campesinos, para
tomar lápiz en mano y enseñar la multiplicación del seis en alguna
escuela en El Bosque. Cuándo se abrirán esas criminales rejas para
dejarlo volar nuevamente hacia los Altos, con los suyos, con nosotros.
Cuántas marchas a ninguna parte, cuántos gritos silenciados por la
represión, cuánto llanto contenido, maestro.
¿Doce años de prisión no bastan? Para
devolverle el entierro del amigo, el cumpleaños de los hijos, la
peregrinación con los compadres, el nacimiento de los nietos.
En unos días, usted 42 años, es por eso
que le envío esta carta desde mi atolondrado corazón, estas miserables
letras de cariño y respeto, quisiera mandarle también un regalo, lo
juro, pero soy un estudiante pobre y no tengo más.
A usted, y a todos los presos políticos
que todos los días se levantan para seguir luchando, que le dan una
lección de dignidad a este país, a ustedes me fundo en un abrazo
proletario.
Y cantemos juntos también, en cualquier
lengua, en tsotsil, en maya o en francés, que la Verdad no tiene
fronteras, que escuchen que en este país los Derechos Humanos se venden
como fruta fresca en los súper mercados. Cantemos hasta que se tatúen
perpetuamente en cada oído del mundo su porfiado canto, cada vez más
fuerte de Justicia y Libertad.
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