LaJornada / Magdalena Gómez
El pasado 12 de
septiembre los magistrados del primer tribunal colegiado del vigésimo
circuito con sede en Chiapas emitieron la declaración de infundado para
el incidente de reconocimiento de inocencia en favor del profesor
tzotzil Alberto Patishtán, debido a que
no se invalidaron las pruebas que sustentan la sentencia condenatoria(DGCS/NI:30/2013).
Se basaron en el texto de un artículo, sin
consideraciones de bloques de constitucionalidad ni jurisprudencias de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Coidh).
Con ello se
confirmó su incapacidad de trascender la limitada óptica que el Poder
Judicial ha definido en una suerte de legítima defensa de su impunidad.
Reafirma el absurdo de que sus propias resoluciones no sientan
precedente alguno frente a casos similares, sean jurisprudencias o tesis
aisladas, como las ofrecidas por la defensa. Se dijo que no constituyen
documentos públicos que invaliden las pruebas que dieron base a la
condena, señalando a la vez que no se pronuncian sobre la
responsabilidad penal del sentenciado.
aparenteque dé como consecuencia un juicio fraudulento (caso Almonacid Arellano y otros, caso Gutiérrez Soler, caso Carpio Nicolle, y otros).
Si los magistrados hubiesen reflexionado en lógica de justicia, tenían recursos jurídicos para sustentar la falla estructural al debido proceso, presente en las diversas resoluciones previas que incriminaron al profesor injustamente recluido en prisión desde hace 13 años. Sólo con advertir que no hubo consideración alguna a su pertenencia a un pueblo indígena se podía actualizar una suerte de suplencia cultural de la queja y reconocer su inocencia y ello sin que se advirtiera la manipulación de supuestas pruebas en su contra. Pero no podemos quedarnos sólo en la decisión textual; hacerlo nos puede llevar a disentir sólo de una resolución errónea, como lo es, asumiendo el supuesto de que es además genuinamente autónoma. No hay tal, pues ya se han recordado en diversos espacios los más recientes precedentes políticos vestidos de resoluciones jurídicas, igual el caso de la liberación de los sentenciados por la masacre de Acteal, que la de la francesa Florence Cassez o la del narcotraficante Rafael Caro Quintero y hasta la de José Antonio Zorrilla, autor intelectual del crimen de Manuel Buendía, a quien sí le consideran su estado de salud para cumplir su condena en su domicilio. Así que en este caso también se tomó una decisión política con disfraz jurídico.
Las voces sociales de diversos países que pidieron justicia
para el profesor tzotzil no fueron escuchadas y ciertamente no debido a
la autonomía de los magistrados, sino a su reivindicación, con espíritu
de cuerpo, de no ceder ante activismos de izquierda. Corregir a los
juzgadores previos y vulnerar su propia argumentación formalista
implicaba una confesión de parte sobre la injusticia estatal prolongada
que han ejercido contra el profesor Patishtán, no vaya a ser que se
destape la caja de Pandora con peticiones de reconocimiento de
inocencia. Todo ello no es contradictorio con la valoración que debió
realizarse en ámbitos de seguridad nacional sobre el significado e
impacto de la presencia en la calle del profesor indígena adherente de la otra campaña.
Su legitimidad se incrementaría al reconocer su inocencia y confirmar
su situación de preso político que como siempre en la historia son
acusados de delitos que ocultan tal carácter. Y en esa tesitura se
abrieron los escenarios: uno es acudir al espacio interamericano; ya la
Red Todos los Derechos para Todas y Todos interpuso desde agosto de 2010
la solicitud de apertura de petición ante la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) contra el Estado mexicano, procedimiento aún en
curso. Además se ha mencionado el probable indulto, que Patishtán no
solicita para no asumir con ello la culpabilidad que ha negado. Tal
decisión quedaría en la cancha del Ejecutivo, lo cual también es parte
de los impactos políticos que rodean el desenlace de este caso. Para el
Estado es más redituable la posibilidad de que el Presidente otorgue un
indulto antes de que el Poder Judicial le diera un triunfo a la justicia
en favor de un activista de izquierda, indígena y maestro, para más
señales rojas, en lógica de Estado.
En conclusión: una muestra más de que en nuestro país se utiliza la ley para promover la injusticia.
http://www.jornada.unam.mx/2013/09/17/opinion/022a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2013/09/17/opinion/022a1pol
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