Los argumentos jurídicos no calman la impotencia de Gabriela. No lo hicieron cuando era niña y tuvo que empezar a ir a juzgados y conocer de expedientes... Y no lo hacen ahora que cursa el quinto semestre de la carrera de Derecho en San Cristóbal de las Casas.
“La justicia en México no es para todos”, me lo dice tranquila; no lo acaba de comprobar, es una certeza que tiene desde los 9 años cuando su papá fue detenido. Recuerda bien aquella mañana del 19 de junio de 2000 en el municipio de El Bosque, en Chiapas, cuando de camino a la escuela escuchó a la gente murmurar en el mercado. Una señora se le acercó y le dijo: “a tu papá se lo llevaron, lo subieron en un carro de forma violenta, ve a decirle a tu mamá”. La niñita corrió de regreso a su casa.
En el pueblo había conmoción. El indígena tzotzil Alberto Patishtán se había convertido en un líder social conocido por todos. Quienes lo apoyaban tomaron la presidencia municipal; atribuyeron la agresión a una represalia por denunciar la corrupción del presidente municipal.
Gabriela, su mamá y su hermanito Héctor de 4 años pasaron una semana sin saber nada del profesor de primaria. Lo buscaron hasta por debajo de las piedras, visitaron los hospitales cercanos, pero nadie les daba referencias de él. Supieron, luego, que se encontraba arraigado en un hotel en Tuxtla Gutiérrez.
Lo tenían aislado, sin abogado, le fabricaron delitos y lo torturaron, así estuvo un mes”, cuenta su hija, ahora de 21. A Patishtán lo acusaron de ser el autor material de la emboscada a una patrulla en la que murieron 7 policías y uno más, así como el hijo del presidente municipal, resultaron heridos. Lo sentenciaron a 60 años de prisión.
Casi 13 años después, mismos que su padre ha permanecido privado de la libertad, Gabriela conserva en los ojos rasgados la mirada de la niña de 9 a quien la vida hizo madurar deprisa, pero que aun no consigue comprender lo más simple: por qué no puede estar con su papá. Racionalmente, resuelve la pregunta con dos palabras: “venganza política”.
“Estábamos muy esperanzados”, dice con desilusión, al referirse a la determinación de la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de no conocer el reconocimiento de inocencia que presentó su padre. “Yo me indigno de que la votación no haya sido a favor de mi papá”. Los argumentos jurídicos no calman su impotencia. “Hay mucho trabajo por venir, esto no es una derrota sino un elemento más para seguir con la lucha”, concluye la joven que decidió estudiar Derecho soñando que la justicia, un día, pueda ser para todos. Olivia Zeron
@OliviaZeron