La Jornada / Adolfo Gilly y Raquel Gutiérrez Aguilar
San Cristóbal de las Casas, Chis.
Alberto Patishtán Gómez, profesor tzotzil bilingüe, está preso desde
hace 13 años por un delito que no cometió. Dentro de poco, tal vez a
inicios de septiembre, se sabrá si la justicia federal es capaz de
enmendar esta prolongada injusticia mantenida por tribunales,
ministerios públicos, policías y gobiernos varios.
El día de los hechos incriminados, 12 de junio de 2000, el profesor
Patishtán se encontraba en el municipio de Huitiupan, en una reunión con
padres de familia, pues allá dirigía un albergue. Ese día tuvo lugar, a
mediodía, una emboscada en el paraje Las Limas, municipio de El Bosque,
donde murieron siete policías. Patishtán estaba en otro lado. Las
evidencias obran en su expediente.
No importa: ha permanecido encarcelado desde el 19 de junio de 2000, acusado de participar en esa acción.
Por aquel entonces Roberto Albores Guillén era gobernador sustituto
de Chiapas. Bajo su gestión se agravaron la represión y la acción de los
paramilitares. Albores tomó posesión en el año 2000, después de la
matanza de Acteal, en diciembre de 1997. En medio de esta violencia
creciente –Chavajeval, Unión Progreso, El Bosque– suceden los hechos de
Las Limas, cuya autoría material ha sido cargada íntegra sobre la
espalda de Alberto Patishtán, quien según múltiples constancias no
estaba allí.
Con este hombre que lleva ya tantos años de injusto encierro fuimos a
conversar el domingo 11 de agosto en San Cristóbal de Las Casas, un día
antes de que, en el Cideci-Unitierra, asistiéramos a la inauguración de
la Escuelita “La Libertad según l@s zapatistas”.
* * *
Llegamos al Cereso –Centro de Rehabilitación Social Nº 5,
Los Llanos– a las 11 de la mañana. Es un edificio blanco y extendido de
un solo piso, una cárcel en las afueras de San Cristóbal. Atrás, la
montaña verde; arriba, el cielo más que azul. Vamos a conversar con
Patishtán, quien en sus 13 años de prisión ha recorrido varias cárceles y
ha recalado (por ahora) en este
Cereso, irónico vocablo que ha venido a designar a las prisiones mexicanas. Nos acompañan Víctor Hugo López y Pedro Faro, del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, defensores jurídicos del caso Patishtán.
Cuando nos llega el turno la puerta de ingreso se abre y, aunque esta
primera puerta está al aire libre, ambos escuchamos el inolvidable
ruido de los cerrojos y los candados que se cierran una vez que uno está
adentro. Después, la identificación, el registro personal y tres sellos
en el antebrazo. Uno en cada puerta sucesiva. Todo nos resulta
familiar. Raquel estuvo presa cinco años (1992 -1997) en la Cárcel de
Mujeres de La Paz, Bolivia, y Adolfo seis años (1966-1972) en la antigua
Cárcel de Lecumberri, en México.
Como en toda tierra de raíz indígena –México, Bolivia…–, el universo
carcelario, que siempre divide al mundo en dos clases de seres humanos:
los de adentroy
los de afuera, termina por tener en sus modos y costumbres sorprendentes parecidos y familiaridades. Así, nuestra conversación también resulta fácil y fluida.
* * *
Alberto Patishtán tiene visitas: están con él su hija,
atenta, con la nietecita, dormida. Es hombre fuerte, mira de frente y
habla pausado. Nos relata sus peripecias carcelarias.
Cuando fue detenido lo remitieron al penal de Cerro Hueco, en Tuxtla
Gutiérrez. Allí vivían más de mil presos, divididos en módulos, cuando
estaba previsto para un máximo de 300, y llegó a albergar hasta 2 mil
500. (El establecimiento,
célebre durante 30 años por sus presos indígenas, según registró entonces La Jornada, fue cerrado en octubre de 2006). Allí estuvo Patishtán entre 2000 y 2003.
Entre las vejaciones a los presos están los sorpresivos traslados de
penal, como castigo para romper su cotidianeidad solidaria con otros
presos. En 2003 Patishtán fue trasladado a El Amate, reclusorio de
máxima seguridad ubicado en Cintalapa, Chiapas, con más de 5 mil reos.
Allí vivían cuatro o más en una celda para dos, la comida era mala y
restringida y casi no permitían el tradicional recurso de los presos:
los alimentos que llevan los familiares en los días de visita, tema
duradero de disputa y negociación con los custodios de la entrada.
Mala atención médica y escasez de medicinas eran también norma en El
Amate. Entre los absurdos de todo universo carcelario, allí no dejaban
pasar a las mujeres que vinieran con falda negra, es decir, a las
mujeres indígenas, esposas o familiares, que visten tradicionalmente con
falda negra de lana y huipil bordado. Desquiciar la vida hasta en la
ropa, no seguridad alguna, es el objeto de tanto reglamento sin sentido
aparente.
A los presos un día les impusieron el uso de uniforme color naranja,
según las voces, por ocurrencia del gobernador Pablo Salazar en homenaje
a Los Jaguares, el equipo chiapaneco de futbol. “Nos daban una sola
muda –recuerda Patishtán. Andábamos muy sucios y para poder lavar el
uniforme teníamos que quedarnos desnudos o ‘entrusados’, en calzones. Un
día decidimos quemar esos uniformes. Nos devolvieron entonces ropa de
civil.” Alberto Patishtán trae muchos recuerdos de sus seis años en El
Amate, entre 2003 y 2009. “Había amotinamientos repetidos –dice– por la
comida, por las visitas, por el mal trato. En las cárceles somos también
seres humanos.”
Allí se fueron conociendo presos políticos diversos: maestros de la CNTE, bases de apoyo zapatistas, militantes de La Otra Campaña,
otros de la OCEZ-Venustiano Carranza, y fueron trabando relación con
los presos comunes y sus múltiples problemas: “Yo diría –estima
Patishtán– que hasta 50 por ciento de esos presos que he conocido están
de balde, sólo por ser indígenas y pobres. Para ellos la defensa es muy
difícil: los defensores públicos tienen hasta 40 casos cada uno a su
cargo. Sus defensas son muy débiles”.
* * *
En 2005 los presos organizados comenzaron a publicar un periódico: La Voz del Amate.
Hablábamos de los problemas de los presos, teníamos mucho tiempo para platicar y conocer, y así con todos esos problemas se fue haciendo una voz.Eso recoge el periódico, verdadera y duradera hazaña en ese universo. Alberto Patishtán ahí donde va, organiza. No es el único, pero él así es.
En 2005 los presos políticos armaron un plantón de protesta en un
espacio libre, lejos del área central del penal. No entraban a sus
celdas y se cubrían de la intemperie con unos toldos hechos con bolsas
de plástico cosidas y unas mantas con sus demandas. Los guardias
desmantelaban el toldo y las mantas y al otro día los presos ponían
otros. Cuando les decían que lo quitaran, los presos respondían:
Quítenlo ustedes. Esto, vez tras vez, era una forma de resistencia que sin violencia explícita dislocaba los términos del mando carcelario. Vinieron, después, varias mejoras en el trato carcelario. Patishtán enfatizó que los presos comunes les dijeron que la próxima vez ubicaran su plantón en el mero centro del penal, para que ellos pudieran ayudarlos.
En 2008, 14 presos –entre ellos Patishtán– hicieron una huelga de
hambre por la libertad. Duró 41 días. Trece de ellos, escalonadamente y
dispersos, salieron libres. Quedó Patishtán, con el argumento de que es
un preso federal. La memoria quedó. En 2009 hubo huelgas de hambre de
presos comunes pidiendo la revisión de sus expedientes. En 2011 una
nueva huelga, pero ya no exigieron la revisión, sino la libertad lisa y
llana reclamada como derecho.
* * *
Preso trashumante entre cárceles, en 2009 Patishtán pide
su traslado al Cereso Nº 5 de Los Llanos y allí lo conducen en abril.
Sin embargo, no lo dejaron quieto. En octubre de 2011 lo llevaron al
Cefereso de Guasave, Sinaloa, en un gran traslado de reos organizado por
Genaro García Luna, el hoy
prófugo por sí mismo.
Fue el primer viaje en avión de mi vida, nos dice. A otros los trasladaron a las Islas Marías.
La vida en el penal de Guasave es terrible, recuerda Patishtán.
Nomás de llegar a todos los recién ingresados los acalambran a punta de ofensas y de gritos. Allí estuvo nueve meses, a dos presos por celda, y sólo tenían derecho a patio
una hora a la semana. Sí, una hora a la semana, y entretanto encerrados de a dos o en solitario. Cuenta Patishtán: “En la celda sólo había una ventanita en lo alto. Había que subirse uno por vez, para mirar el campo que de allí se divisaba. La llamábamos ‘la televisión’. Allí, para ocupar el tiempo, aprendí a escribir con la mano izquierda y, como podía, me escribía cartas a mi mismo. Cuando estuvimos con otro preso descubrí que en la celda también habitaba un grillito: ¡ya éramos tres! También cantábamos las Alabanzas del Señor con otros presos del mismo pasillo, cada quien desde su celda. En fin, luchábamos como podíamos”.
* * *
En julio de 2012, mediante un amparo, Patishtán fue
regresado al Cereso Nº 5 de Los Llanos. Pero entre tanto se le
presentaron graves problemas de la vista. Los médicos del penal le
diagnosticaron glaucoma y el respectivo tratamiento. El diagnóstico era
erróneo y la vista empeoraba, a riesgo de quedarse ciego. El 4 de
noviembre de 2012, también por gestión del Frayba, nueva revisión y
diagnóstico: un tumor en la base del cerebro. Operación riesgosa pero
posible. Otra lucha con funcionarios y médicos para lograrla:
Sabía que la jugada era de águila o sol: o me extirpaban con éxito el tumor o ahí nomás quedaba. Intervino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para el traslado al Hospital de Neurología en el Distrito Federal. Finalmente, lo operaron con éxito. Y aquí está, conversando con nosotros y mirándonos con ojos de inteligencia y algo de risa.
Nos vamos. Pasaron ya varias horas. Llega la hora triste del domingo en las cárceles, cuando
los de afuerase van y
los de adentrose quedan con sus respectivas soledades. Alberto Patishtán se despide y la sonrisa no se le quita. Tres frases nos dice:
Lo que más indigna en la cárcel es el desprecio con que nos tratan.
Las acusaciones sin pruebas son lo más tremendo, porque no puedes hacer nada.
Hay que luchar siempre, porque motivos nunca faltan.
Terco y tenaz, este Patishtán. Tal vez por eso no lo quieren dejar
salir. Queda aún un frágil recurso para que este hombre recupere la
libertad que se le debe desde hace tantos años. En septiembre próximo lo
sabremos.
http://www.jornada.unam.mx/2013/08/20/politica/011n1pol
http://www.jornada.unam.mx/2013/08/20/politica/011n1pol
No hay comentarios.:
Publicar un comentario