Hermann Bellinghausen
Enviado
Periódico La Jornada
Viernes 5 de julio de 2013, p. 9
San Cristóbal de las Casas, Chis., 4 de julio.
Es la tercera vez que Alberto Patishtán Gómez ve salir a sus
compañeros de prisión, luego de una larga y dolorosa lucha juntos por
recuperar no sólo la libertad, sino la dignidad robada, los años
perdidos sin razón ni delito. Es la tercera vez que él se queda adentro.
Esto, porque finalmente esta tarde fueron liberados nueve presos
adherentes a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, luego de tres
días en espera de que se cumpliera la decisión del gobierno estatal.
Llevaban varios años en pie de lucha pacífica, una huelga de hambre,
numerosas tardes de soledad y desesperación. Todavía para su liberación
(más bien una corrección al sistema de justicia imperante en Chiapas, un
llamado de alerta) tuvieron que esperar. Desde el martes tenían un pie
en el estribo, y nada. Afuera, bajo la lluvia o al sol, dos días los
esperaron sus madres, esposas, hijos, con irrefrenable incredulidad.
El gobernador Manuel Velasco Coello llegó por tierra desde Tuxtla
Gutiérrez, a las 18:15, hasta el penal de Los Llanos, en la zona rural
de San Cristóbal, para entregar a los indígenas sus actas de libertad,
después de entrar a los locutorios y entrevistarse con cada uno de
ellos.
Posteriormente, el profesor Alberto Patishtán Gómez, quien
permanecerá en prisión junto con Alejandro Díaz Sántiz, salió hasta las
puertas del penal y las traspasó unos cuántos metros para ‘‘entregar’’ a
sus familiares a los liberados: ‘‘Aquí les entrego a los compañeros; yo
aquí todavía me quedo, pero no hay que perder la esperanza’’, dijo
sonriente y confiado, antes de dar media vuelta y reingresar a la
cárcel, acompañado por el gobernador y una nube de funcionarios y
escoltas.
Las personas que dejaron este jueves la cárcel estatal número cinco,
son: Rosario Díaz Méndez, Pedro López Jiménez, Juan Collazo Jiménez,
Juan Díaz López, Rosa López Díaz, Alfredo López Jiménez, Juan López
González y Benjamín López Díaz. Una vez afuera, Pedro López Jiménez dijo
al pie de la carretera: ‘‘Este triunfo es de todos, no sólo de nosotros
y no sólo de ustedes’’, dirigiéndose a las familias indígenas y a los
simpatizantes solidarios de la sociedad civil que los esperaban. Algunos
de ellos han acompañado a los presos durante muchos años.
‘‘Seguiremos luchando. No vamos a detenernos, mucho menos
vamos a abandonar al compañero Alberto, que se queda adentro’’, agregó
Pedro al pie de un gran peñasco donde mantas y gritos exigían ‘‘presos
políticos, libertad’’. La gente reunida, unas decenas, abrazó y saludó
con lágrimas a los ocho hombres y a Rosa, la única mujer del grupo
excarcelado, quien en el trance de su tortura estando embarazada y el
encarcelamiento injustificado en 2007, perdió un hijo, entre otras
cosas.
Rosario Díaz Méndez, de la Voz de Amate, dijo: ‘‘Seguiremos luchando
hasta lograr la libertad del compañero Alberto y de todos los compañeros
que siguen presos’’. Él sale además declarado inocente. Ocho años
después del ‘‘error’’ judicial que lo sentenció por dos delitos graves
(que no cometió) a 30 años de condena. Su esposa no dejaba de abrazarlo.
Son la pareja de mayor edad, los demás son jóvenes.
Los nueve abandonan la cárcel como producto de un esfuerzo colectivo
de años, en muchos países, en muchas ocasiones, sobre todo ellos dentro
de los penales, donde la Voz de Amate y Solidarios de la Voz de Amate
devinieron defensores de los derechos de la población carcelaria. En el
caso de Los Llanos, transformaron con su pacífico valor civil la vida
dentro del penal. Si alguien los va a extrañar son los demás presos.
Ha resultado un evento político. Un triunfo de los indígenas que, la
mayoría a merced de los abogados de oficio, demostraron tener la razón y
exhibieron (su liberación lo confirma) a los policías que los
detuvieron y también torturaron, a los agentes del Ministerio Público
que los consignaron sabiéndolos inocentes, a los jueces que los
condenaron, a los políticos que administraron la sostenida protesta de
estos tzotziles y tzeltales de diversas procedencias.
Por la noche, los indígenas liberados se dirigieron a la catedral de
San Cristóbal, como habían prometido, para visitar la tumba del obispo
Samuel Ruiz García, su Tatic.
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