La Jornada / Gloria Muñoz Ramírez
Hoy nadie puede negar
su inocencia. Se han presentado todas las pruebas que avalan que no
participó en la emboscada en la que murieron siete policías estatales y
dos resultaron heridos; se ha demostrado el cúmulo de irregularidades en
su proceso jurídico. Su caso concentra la discriminación, el atropello y
el autoritarismo de la justicia en México, en especial cuando de
indígenas se trata.
Originario de la comunidad de El Bosque, municipio de Simojovel, en los Altos de Chiapas, el profesor fue sentenciado por los delitos de delincuencia organizada, homicidio calificado, portación de armas de uso exclusivo del Ejército y lesiones calificadas. La falta de traductores en su juicio, las mentiras demostradas de los testigos, la ausencia de evidencia y un sinfín de irregularidades jurídicas, han provocado la indignación internacional. Su caso ya no le pertenece a México, sino que es causa mundial.
Y precisamente por su internacionalización, la Confederación General del Trabajo (CGT), del Estado español, presentó un amicus curiae a las instancias mexicanas en el que concluyen que
el profesor Patishtán ha sido condenado injustamente, sin salvaguarda de las mínimas garantías y derechos que todo encausado tiene, de acuerdo con la legislación internacional y nacional de aplicación, concluyendo que a la vista de todos los elementos concomitantes no cabe sino determinar que Alberto Patishtán fue condenado sin el debido respeto a las normas de aplicación para su caso, vulnerando sus derechos humanos, y no cabe en derecho sino la revocación de su condena y su consecuente puesta en libertad.
El reconocimiento de inocencia es lo que procede en el caso
Patishtán, y en consecuencia su inmediata liberación. El tribunal
colegiado es, sin duda, el que tiene la última oportunidad de demostrar
que los procesos jurídicos sirven para algo en este país. Alberto
Patishtán es inocente y su caso no tendría por qué llevarse a una salida
política, es decir, al indulto presidencial, porque ¿de qué lo van a
perdonar? No es, pues, tarea del Poder Ejecutivo, sino del Judicial,
ponerlo en libertad.
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